Curiosa resulta la soledad. Áspera... y esencial.
Me encuentro escribiendo, tratando de habitarme más y más, en estos días que
tengo conmigo misma.
Y el dolor adentro mío reaparece y no sabe bien qué
hacer, hacia dónde mirar, para dónde ir. Sólo quiere quedarse, recordándome
algo.
Difícil es por momentos la sensación de no encontrarse, y
tener este impedimento adelante. Ardiente, doliente. Presente. Algunas veces
más encandilante que otras.
Termina siendo, la soledad, mi única compañía, en este
camino,
en esta vida que aún me sigue confundiendo un poco, desprevenida de
toda posibilidad de control.
Sólo queda entregarme, y confiar, en que algo, no sé qué, va
a ocurrir, y se va a dar.
Eso de que la soledad es fea y el dolor es malo, aún no lo sé bien.
Lo entiendo y hasta lo sufro en cierta medida.
Pero resulta, que ambas terminaron siendo, entre otras, mis grandes maestras.
No termino de encontrar mi lugar en este mundo.
A veces sí, pero sólo momentáneamente.
Y es que resulta raro y necesario, llegar de vez en cuando a la conclusión
de que todo
está dado vuelta.
O quizás no todo, pero sí al menos bastante inclinado para
cierto lado.
Y ahí y por esa razón, el camino personal, arduo y duro, comienza.
Cómo explicar lo que siento sin que se mal interprete.
Aquí vuelvo a preguntar, otra vez,
hasta qué punto? Hasta
qué punto todo?
El arte, tiene ese poder que no lo tiene nada, con la misma fuerza.
O quizás sí, la naturaleza.
Y escribiendo esto, me doy cuenta, sin haberlo sabido mucho,
de la tristeza que hay en mí habitándome. No sé bien por qué.
Bueno... o quizás un poco sí.
Hasta qué punto…